martes, 27 de noviembre de 2007

Comprensión II

Cuando la inundación llegó a sus rodillas, ya era demasiado tarde.
El agua había arrebatado vorazmente todo bien material, y había fomentado la decadencia moral. Todo lo construido, rápidamente se había perdido.
Las manos laboriosas del morador temblaban cruelmente, y sus ojos llenos de lágrimas completaban la escena del dolor.
No haría falta que usted lo conociese, el sufrimiento le invadiría el alma, por más que sea un completo extraño para su persona.
Particularmente, me colmó la desazón. No pude contener, al igual que él, las lagrimas.
Ese dolor extraño que es inexplicable, por más que sea un viejo conocido.
Ese dolor que se esconde lejos en el pecho, que altera la respiración y astilla los ojos, que produce ese temblor en sus extremidades y el sollozo agónico en su ser, la contractura de las rodillas, atoradas por el peso sobre sus espaldas.
La confusión nos abordó a todos por igual, ¿Por qué a él? Nadie lo sabe.
Los bienes son efímeros, y no era la pérdida de los mismos, la razón del malestar, era la indignación que producía ese marco deplorable, en ese ser puro.
Aún hoy, ya con el tiempo sobre mis hombros, sigo sintiendo el dolor latente.
Y nadie lo comprenderá como los que allí estuvimos ese trágico día, cuando el agua lavó la fe y la esperanza, cuando el agua nos despojo de la virtud de creer.