viernes, 28 de septiembre de 2007

Conflicto

El conflicto que regía sus vidas se debatía en un lugar estrecho. La escasa amplitud de terreno bélico conllevaba implícitamente algunos condicionamientos. Los enemigos eran cercanos, es decir, el profundo conocimiento de sus estrategias era recíproco. Combatían día a día, ya habían perdido la noción del tiempo, tal vez ya habían pasado años, nunca se sabe. A pesar de poseer grandes cualidades, ambos se sentían aislados en el campo de batalla. Los abrumaba la situación, y a quién no. Pero sobresale algo de esto, este lucha encarnizada, prolongada en el tiempo hasta el olvido del comienzo del mismo, y sin esperanza de un fin, había aunado a los enemigos, a tal punto de que ya se hacía imposible discernir quién combatía por el bien, y quien lo hacía por el mal. Obviando la cuestión ética, moral y tal vez existencial de qué signifique esto. La convergencia en algunos conceptos era notoria. La brutal divergencia en otros, imposibilitaba el debate pacífico. Y en la eternidad del tiempo, estos enemigos se hicieron inmortales y tuvieron que convivir. Se autoproclamaron necesarios. Y todos los adoptamos como hijos huérfanos. Y en mi viven, como en todo ser racional. Y se los ha nombrado con el afán de identificarlos. Y en mi idioma no son más estos guerreros, que mi ego y mi pudor. Mi orgullo y mi vergüenza. Mi respeto y mi indiferencia. Mi pro y mi contra. Y en mi vivirán, hasta que conmigo mueran.

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